sábado, marzo 13, 2021

Esplendor en la hierba

Aunque el resplandor que
en otro tiempo fue tan brillante
hoy esté por siempre oculto a mis miradas.

Aunque mis ojos ya no
puedan ver ese puro destello
que en mi juventud me deslumbraba.

Aunque nada pueda hacer
volver la hora del esplendor en la hierba,
de la gloria en las flores,
no debemos afligirnos,
porque la belleza subsiste siempre en el recuerdo.

William Wordsworth 



martes, agosto 20, 2019

Fragmento tardío


¿Y aún así conseguiste lo que querías de esta vida?
Lo hice.
¿Y qué querías? 
Considerarme amado, sentirme amado en la tierra. 

(Raymond Carver)


And did you get what
you wanted from this life, even so?
I did.
And what did you want?
To call myself beloved, to feel myself
beloved on the earth.


sábado, mayo 04, 2019

Una mujer y un hombre llevados por la vida

Una mujer y un hombre llevados por la vida,
una mujer y un hombre cara a cara
habitan en la noche, desbordan por sus manos,
se oyen subir libres en la sombra,
sus cabezas descansan en una bella infancia
que ellos crearon juntos, plena de sol, de luz,
una mujer y un hombre atados por sus labios
llenan la noche lenta con toda su memoria,
una mujer y un hombre más bellos en el otro
ocupan su lugar en la tierra.


Juan Gelman

jueves, febrero 07, 2019

La vida enterrada

... una piedra, una hoja, una puerta desconocida; una piedra, una hoja, una puerta. Y de todas las caras olvidadas...
Desnudos y solos llegamos al exilio.
En su oscuro seno, no conocimos el rostro de nuestra madre; desde la prisión de su carne, venimos a la prisión indecible e inexplicable de esta tierra.
¿Quién de nosotros ha conocido a su hermano? ¿Quién de nosotros ha observado el corazón de su padre? ¿Quién de nosotros no ha permanecido siempre prisionero? ¿Quién de nosotros no es por siempre un extraño y solitario?
Oh, pérdida de pérdida, en laberintos calientes, entre estrellas brillantes en la más agotadora opaca ceniza, perdido! Recordando sin palabras buscamos el gran lenguaje olvidado, el final del camino al cielo, una piedra, una hoja, una puerta desconocida. ¿Dónde? ¿Cuándo?
Oh, fantasma perdido, llorado por el viento, vuelve otra vez.

Thomas Wolfe. El ángel que nos mira (Look Homeward, Angel/O, Lost: A Story of the Buried Life)

Ríos metafísicos


Hay ríos metafísicos, ella los nada como esa golondrina está nadando en el aire, girando alucinada en torno al campanario, dejándose caer para levantarse mejor con el impuso. Yo describo y defino y deseo esos ríos, ella los nada. Yo los busco, los encuentro, los miro desde el puente, ella los nada...

(Julio Cortázar. Rayuela. Cap.21)

martes, enero 22, 2019

87

¿Por qué, a ciertas horas, es tan necesario decir: “Amé esto”? Amé unos blues, una imagen en la calle, un pobre río seco del norte. Dar testimonio, luchar contra la nada que nos barrerá. Así quedan todavía en el aire del alma esas pequeñas cosas, un gorrioncito que fue de Lesbia, unos blues que ocupan en el recuerdo el sitio menudo de los perfumes, las estampas y los pisapapeles.

Julio Cortázar. Rayuela.



lunes, diciembre 11, 2017

Hay un morir

Hay un morir si de unos ojos
se voltea la mirada de amor
y queda sólo el mirar del vivir.
Es el mirar de sombras de la Muerte.
No es Muerte la libadora de mejillas.
Esto es Muerte: Olvido en ojos mirantes.



(Macedonio Fernández)

Preguntas



Ya que navegas por mi sangre

y conoces mis límites,

y me despiertas en la mitad del día

para acostarme en tu recuerdo

y eres furia de mi paciencia para mí,

dime qué diablos hago,

por qué te necesito,

quién eres, muda, sola, recorriéndome,

razón de mi pasión,

por qué quiero llenarte solamente de mí,

y abarcarte, acabarte,              

mezclarme en tus cabellos

y eres única patria

contra las bestias del olvido.

(Juan Gelman)

lunes, diciembre 04, 2017

Cantar de los Cantares II

Mi amado sube la voz para decirme: “¡Levántate, mi amada, belleza mía, ven hacia mí! ¡Ya pasó el invierno y la lluvia terminó. Las flores brotaron en la tierra, llegó el tiempo de los cánticos y en nuestra tierra ya se oye el arrullo de la tórtola. Va ofreciendo sus frutos la higuera y la viña en flor derrama su perfume! ¡Levántate, oh mi amada, belleza mía, ven! ¡Tú, mi paloma en las grietas de los peñascos, escondida en lugares escarpados, enséñame tu rostro, hazme oír tu voz , tu voz tan cariñosa y tu faz encandiladora!” 

(Salomón. Cantar de los Cantares)



domingo, noviembre 26, 2017

Rebeca




Solo Rebeca sucumbió al primer impacto. La tarde en que lo vio pasar frente a su dormitorio pensó que Pietro Crespi era un currutaco de alfeñique junto a aquel protomacho cuya respiración volcánica se percibía en toda la casa. Buscaba su proximidad con cualquier pretexto. En cierta ocasión José Arcadio le miró el cuerpo con una atención descarada, y le dijo: «Eres muy mujer, hermanita». Rebeca perdió el dominio de sí misma. Volvió a comer tierra y cal de las paredes con la avidez de otros días, y se chupó el dedo con tanta ansiedad que se le formó un callo en el pulgar. Vomitó un líquido verde con sanguijuelas muertas. Pasó noches en vela tiritando de fiebre, luchando contra el delirio, esperando, hasta que la casa trepidaba con el regreso de José Arcadio al amanecer. Una tarde, cuando todos dormían la siesta, no resistió más y fue a su dormitorio. Lo encontró en calzoncillos, despierto, tendido en la hamaca que había colgado de los horcones con cables de amarrar barcos. La impresionó tanto su enorme desnudez tarabiscoteada que sintió el impulso de retroceder. «Perdone», se excusó. «No sabía que estaba aquí». Pero apagó la voz para no despertar a nadie. «Ven acá», dijo él. Rebeca obedeció. Se detuvo junto a la hamaca, sudando hielo, sintiendo que se le formaban nudos en las tripas, mientras José Arcadio le acariciaba los tobillos con la yema de los dedos, y luego las pantorrillas y luego los muslos, murmurando: «Ay, hermanita; ay, hermanita». Ella tuvo que hacer un esfuerzo sobrenatural para no morirse cuando una potencia ciclónica asombrosamente regulada la levantó por la cintura y la despojó de su intimidad con tres zarpazos, y la descuartizó como a un pajarito. Alcanzó a dar gracias a Dios por haber nacido, antes de perder la conciencia en el placer inconcebible de aquel dolor insoportable, chapaleando en el pantano humeante de la hamaca que absorbió como un papel secante la explosión de su sangre. Tres días después se casaron en la misa de cinco. José Arcadio había ido el día anterior a la tienda de Pietro Crespi. Lo había encontrado dictando una lección de cítara y no lo llevó aparte para hablarle. «Me caso con Rebeca», le dijo. Pietro Crespi se puso pálido, le entregó la cítara a uno de los discípulos, y dio la clase por terminada. Cuando quedaron solos en el salón atiborrado de instrumentos músicos y juguetes de cuerda, Pietro Crespi dijo: 
—Es su hermana.
—No me importa —replicó José Arcadio.
Pietro Crespi se enjugó la frente con el pañuelo impregnado de espliego.
—Es contra natura —explicó— y, además, la ley lo prohíbe.

José Arcadio se impacientó no tanto con la argumentación como con la palidez de Pietro Crespi.
—Me cago dos veces en natura —dijo—. Y se lo vengo a decir para que no se tome la molestia de ir a preguntarle nada a Rebeca.

Gabriel García Márquez. Cien años de soledad