martes, marzo 24, 2009

Contar cuentos

Gracias a su inventiva prodigiosa y a sus sutiles artes de contadora de cuentos, Sherezada salva su cabeza de la cimitarra del verdugo. Arreglándoselas cada noche para tener a su esposo y señor, el rey Sahrigar, fascinado por sus historias, e interrumpiendo su relato cada amanecer en un momento particularmente hechicero de la intriga, durante mil noches y una noche consigue aplazar su ejecución hasta que, al cabo de esos casi tres años, el sanguinario monarca sasánida le perdona la vida y comienza para la pareja su verdadera luna de miel. (…)
Para el bruto que la escucha y se deja llevar de la nariz por la destreza de Sherezada hacia los laberintos de la vida fantaseada, donde permanecerá prisionero y feliz mil noches y una noche, aquella trenza de cuentos le enseñará que, dentro de la violenta realidad de matanzas, cacerías, placeres ventrales y conquistas en que ha vivido hasta ahora, otra realidad puede surgir, hecha de imaginación y de palabras, impalpable y sutil, pero seductora como una noche de luna en el desierto o una música exquisita, donde un hombre vive las más extraordinarias peripecias, se multiplica en centenares de destinos diferentes, protagoniza heroísmos, pasiones y milagros indescriptibles, ama a las mujeres más bellas, padece a los magos más crueles, conoce a los sabios más versados y visita los parajes más exóticos.
Cuando el rey Sahrigar perdona a su esposa -en verdad, le pide perdón y se arrepiente de sus crímenes-, es alguien al que los cuentos han transformado en un ser civil, sensible y soñador.
Los personajes principales ejercen y disfrutan el placer de contar, una de las más antiguas formas de relación desarrolladas entre los seres humanos una vez que tuvieron que agruparse en comunidades para defenderse mejor de las fieras, las inclemencias del tiempo, las tribus enemigas y procurarse el sustento (…)
Como Sherezada al rey Sahrigar, esas historias, que ardían en la caverna primitiva alrededor del fogón que apartaba a las alimañas, fueron humanizando a sus oyentes. Ellas son el despuntar de la civilización, el punto de arranque de ese prodigioso camino que llevaría a los seres humanos, al cabo de los siglos, a los grandes descubrimientos científicos, a la conquista de la materia y del espacio, a la creación del individuo, de los derechos humanos, de la democracia, de la libertad y, también, ay, de los más mortíferos instrumentos de destrucción que haya conocido la historia. Nada de eso hubiera sido posible sin el apetito de vida alternativa, de otro destino distinto del propio, que hizo nacer en la especie la idea de inventar historias y contarlas, es decir, de hacerlas vivir y compartir mediante la palabra y, luego, más tarde, la escritura.
Ese quehacer, esa magia, refinó la sensibilidad, estimuló la imaginación, enriqueció el lenguaje, deparó a hombres y mujeres todas las aventuras que no podían vivir en la vida real y les regaló momentos de suprema felicidad.
Mario Vargas Llosa

El hombre y el mar

¡Hombre libre, siempre adorarás el mar!
El mar es tu espejo; contemplas tu alma
en el movimiento infinito de su oleaje,
y tu espíritu no es un abismo menos amargo.

Te gusta hundirte en el seno de tu imagen,
la abrazas con ojos y brazos, y tu corazón
se distrae a veces de su propio rumor
con el ruido de esta queja indomable y salvaje.

Ambos son tenebrosos y discretos:
Hombre, nadie ha sondeado el fondo de tu abismo;
Mar, nadie conoce tus tesoros íntimos,
¡tan celosos guardan sus secretos!

Sin embargo, hace siglos innumerables
en que se combaten sin piedad ni remordimiento,
tanto aman la matanza y la muerte,
¡Oh, luchadores eternos, oh, hermanos implacables!


Charles Baudelaire