viernes, diciembre 25, 2015

Diálogo entre Asmodeo y el Ruso Salzman


Asmodeo: Soy Asmodeo, inspirador de tahúres y dueño de todas las fichas del mundo. Conozco de memoria todas las manos que se han repartido en la historia de las barajas, También conozco las que se repartirán en el futuro. Los dados y las ruletas me obedecen. Mi cara está en todos los naipes. Y poseo la cifra secreta y fatal que han de sumar tus generales cuando llegue el fin de tu vida.

Salzman: ¿No desea jugar al chinchón?

Asmodeo: No, Salzman, Vengo a ofrecerte el triunfo perpetuo. Con solo adorarme, ganarás siempre a cualquier juego.

Salzman: No sé si quiero ganar.

Asmodeo: ¡Imbécil...! ¿Acaso quieres perder?

Salzman: No, tampoco quiero perder.

Asmodeo: ¿Qué es lo que quieres entonces?

Salzman: Jugar. Quiero jugar maestro... Hagamos un chinchón.

 
(Alejandro Dolina)

jueves, julio 09, 2015

Puck


Si nosotros, vanas sombras, te hemos ofendido,

piensa en esto y todo quedará arrreglado:

que solo te quedaste aquí dormido

mientras aparecían estas visiones.

Y esta débil y humilde ficción

tendrá solo la inconsistencia de un sueño.




(Parlamento final de Puck. "Sueño de una noche de verano" W. Shakespeare)

lunes, junio 22, 2015

La metamorfosis


En realidad, ya eran casi las siete menos cuarto. ¿Es que no había sonado el despertador? Desde la cama se veía que estaba puesto a las cuatro; por tanto, tenía que haber sonado. Pero ¿era posible seguir durmiendo a pesar de aquel sonido que hacía estremecer hasta los muebles? Su sueño no había sido tranquilo. Pero, por eso mismo, debía de haber dormido al final más profundamente. ¿Qué podía hacer ahora? El tren siguiente salía a las siete; para tomarlo tendría que darse muchísima prisa. El muestrario no estaba aún empaquetado, y él mismo no se sentía nada dispuesto. Además, aunque alcanzase el tren, no evitaría reprimenda del amo, pues el mozo del almacén, que había acudido al tren a las cinco, debía de haber dado ya cuenta de su falta. Y si dijese que estaba enfermo, ¿qué pasaría? Pero esto, además de ser muy penoso, despertaría sospechas, pues Gregorio, en los cinco años que llevaba empleado, no había estado nunca enfermo. Vendría el gerente con el médico. Se desharía en reproches, delante de los padres, respecto a la holgazanería de Gregorio, y refutaría cualquier objeción con el dictamen del doctor, para quien todos los hombres están siempre sanos y sólo padecen de horror al trabajo. Y la verdad es que, en este caso, su diagnóstico no habría sido del todo infundado. Salvo cierta somnolencia, fuera de lugar después de tan prolongado sueño, Gregorio se sentía francamente bien, además de muy hambriento.

Franz Kafka