poemas, canciones, fragmentos de textos que han dejado alguna huella en mí, reflexiones, imágenes, ideas... todo lo que quiero recordar y revisar y volver a vivir... palabras que me gustan, me perturban, me conmueven, me hacen gozar, reír, pensar... un poco de todo... la biblia junto al calefón... por qué no... así soy yo: frívola y profunda, alegre y melancólica, divertida y desgarrada... coyote incansable que sigue y sigue corriendo tras el correcaminos sin parar...
sábado, octubre 09, 2010
La casada infiel
creyendo que era mozuela,
pero tenía marido.
Fue la noche de Santiago
y casi por compromiso.
Se apagaron los faroles
y se encendieron los grillos.
En las últimas esquinas
toqué sus pechos dormidos,
y se me abrieron de pronto
como ramos de jacintos.
El almidón de su enagua me
sonaba en el oído,
como una pieza de seda
rasgada por diez cuchillos.
Sin luz de plata en sus copas
los árboles han crecido,
y un horizonte de perros
ladra muy lejos del río.
Pasadas las zarzamoras,
los juncos y los espinos,
bajo su mata de pelo
hice un hoyo sobre el limo.
Yo me quité la corbata.
Ella se quitó el vestido.
Yo el cinturón con revólver
Ella sus cuatro corpiños.
Ni nardos ni caracolas
tienen el cutis tan fino,
ni los cristales con luna
relumbran con ese brillo.
Sus muslos se me escapaban
como peces sorprendidos,
la mitad llenos de lumbre,
la mitad llenos de frío.
Aquella noche corrí
el mejor de los caminos,
montado en potra de nácar
sin bridas y sin estribos.
No quiero decir, por hombre,
las cosas que ella me dijo.
La luz del entendimiento
me hace ser muy comedido.
Sucia de besos y arena,
yo me la lleve del río.
Con el aire se batían las
espadas de los lirios.
Me porté como quien soy.
Como un gitano legítimo.
Le regalé un costurero
grande de raso pajizo,
y no quise enamorarme
porque teniendo marido
me dijo que era mozuela
cuando la llevaba al río.
(Federico García Lorca)
jueves, agosto 26, 2010
Casi nadie va a sacarlo de sus casillas
la suma de los ángulos de un triángulo
es igual a dos rectos, la sopa, la conciencia,
el alcaucil, después del dos el tres, después
del hoy, mañana, casi nadie lo sacará de sus
casillas. Casi nadie ni nada, porque ¿cómo tomar
en serio esos latidos en que el sueño es acceso,
esas miradas de insoportable lucidez en un
tranvía, eso que ahora dice: Huye, pero al final, al
fin y al cabo, no era más que un gajo de naranja
reventado en la boca? ¿Cómo tomar en serio que
una puerta dé a la tristeza cuando el arquitecto la
abre al pasillo, que unos senos dibujen paralelos
sus jardines cuando es la hora de
ir a la oficina? Imposible negar las evidencias
dice el doctor y dice bien, inútil sacar de sus
casillas al honesto almanaque, San Rulfo, Santa
Tecla, San Fermín, la Asunción, el caballo
relincha, el perro ladra, casi nadie le ofrece en
una esquina un pedacito suelto de bicicleta o
trompo, casi nunca es verano en pleno invierno
por razones de estricta pulimentada lógica,
hay que ser lo que se es o no ser nada, y nada
lo sacará de sus casillas, nadie lo sacará, y si un
caballo ladra no lo sabremos nunca, porque
los caballos no ladran. Bastaría un apenas, un no
quiero, para empezar de otra manera el día,
hervir la radio con las papas y a cada chico darle
un cocodrilo para que huela a miedo en las
escuelas, sacar los muertos a que tomen aire,
meter las mitras en la mayonesa, actividades
subversivas, claro, pero otras cosas hay; fusiles
corren por las picadas, Sudamérica crece en su
selva hacia la aurora, de tanto arroz bañado en
sangre nacerá otra manera de ser hombre.
No cito más que apenas estas cosas, saco de sus
casillas a unos cuantos que todavía creen en la
poesía encasillada en su vocabulario
lleno de compromisos con lo abstracto.
(La suma de los ángulos de un triángulo),
((Los caballos no ladran)),
(((Dice el doctor, y dice bien))).
Julio Cortázar
sábado, agosto 14, 2010
Después de los lobos
domingo, mayo 23, 2010
El Hacedor
(Jorge Luis Borges)
miércoles, enero 13, 2010
Las plumas del ogro
El cuento tiene variantes, en algunas el ogro no es ogro sino diablo y no son plumas sino pelos de oro lo que hay que arrancarle. La que reproduce Italo Calvino en sus Fiabe comienza así: "Un Rey se enfermó. Vinieron los médicos y le dijeron: ‘Escuche, Majestad, si quiere curarse, va a tener que arrancarle una pluma al Ogro. Es un remedio difícil porque el Ogro se come a todos los que se le ponen delante’…" Calvino dice que en la versión que a su vez le sirvió de fuente, la que está contenida en la antología de cuentos toscanos de Pitré, el ogro no es ogro sino apenas "la bestia", pero siguen siendo plumas lo que hay que arrancarle.
El esplendor de la versión de Calvino radica en lo extemporáneo de las plumas. Es fácil imaginarse un diablo con pelos, con al menos tres pelos como lo pintan los Grimm. También es fácil imaginar un ogro mamífero y carnívoro, de rulos ralos como los que luce el de "Pulgarcito" según Doré, o con una gran pelambre roja como la de Oni, el ogro de los cuentos japoneses. Pero plumas… Las plumas son tan livianas, tan femeninas también… ¿Dónde tiene las plumas el ogro? El cuento no lo dice nunca, ni siquiera cuando el héroe, con ayuda de una bella muchacha que el ogro tiene cautiva en el fondo de su cueva, consigue hacerse de esas plumas, que va arrancando una a una del ogro dormido, sin que se sepa nunca de qué sector de su inmenso cuerpo proceden.
Las maravillas son comunes en los cuentos populares, hay gallinas que ponen huevos de oro, burros que defecan oro, caballos que vuelan, hombres que se reducen al tamaño de una hormiga, cajas donde cabe el mundo. Pero es difícil encontrar algo más sorprendente, más gratuito, más sutil, que las plumas del ogro. (...)
Hay un aspecto de la lectura —no me refiero a la teoría de la lectura sino a su puesta en práctica, el ejercicio vivo, histórico de la lectura— que equivale a arrancarle las plumas al ogro. (...) El que lee "emprende" el texto a su manera, se debate con él, lo rodea, lo calibra, se insinúa en él por algún resquicio o lo toma por asalto, y algo atrapa ahí adentro, algo que solo él podía atrapar. Algo que encuentra de pronto —muchas veces por azar— y arranca por propia cuenta y riesgo vaya uno a saber de dónde. Tal vez no le estaba destinado, tal vez no sea lo más apropiado sino algo inesperado, bizarro, que sin embargo es justo lo que estaba necesitando, lo que, como al rey del cuento, puede "curarlo". Por supuesto que es difícil prever cuándo se producirá el punto culminante o adivinar de qué clase serán las plumas que el lector atrape, lo único que se puede decir es que, si lleva a cabo su lectura, va a tener al menos una de esas plumas en la mano.
La lectura incluye la rareza y el azar. En la historia del lector hay siempre contactos inesperados, atajos, desvíos, situaciones desconcertantes, extrañas casualidades. Basta pensar que muchos de los libros más importantes de la vida se los ha encontrado uno revolviendo al tuntún en una mesa de saldos, o equivocando el estante de una biblioteca… La rareza y el azar no son defectos, son fuente de salud, y deberán preservarse para que la lectura —la experiencia particular, personal de "el que lee", al que suele llamarse "lector"— no se malogre. El lector tiene derecho al azar —tiene derecho a desviarse de la necesidad— a partir del momento en que acepta el riesgo de leer. Puesto frente al texto, puede permitirse errar, en su doble significado de vagar a su aire y de equivocarse, aunque eso suponga contradecir lo establecido de antemano, el orden. Es imprevisible el modo en que dará con el ogro y le arrancará al menos una pluma, y esa imprevisibilidad debe ser bienvenida. Si la imprevisibilidad y la feliz casualidad desaparecieran, la lectura del lector, como el rey del cuento, moriría...
(Graciela Montes)