lunes, diciembre 05, 2005

La Destrenzada

Cuando la silueta de la Destrenzada apareció en la boca de la gruta, el Brujo sonrió.
La Destrenzada había humedecido su piel con aceite de madreselvas.
-Porque tengo amor- le respondió al brujo que buscaba el lugar donde empezaba el perfume.
A la Destrenzada le gustaba aquella cueva porque allí atrapaba gotas de agua que luego llevaba en sus manos para verterlas sobre la boca de Welenkín.
Y era siempre lo mismo.
-Sucederá con la sexta gota que bebas- prometía la Destrenzada.
La Destrenzada caminaba por la cueva, procurando adivinar cuál de todas las gotas que pendían del techo rocoso sería la primera en desprenderse.

El Brujo la miraba recostado contra una pared de la gruta. Welenkín la amaba siempre. Ella lo amaba a veces.
-¡Aquí está!
La Destrenzada se acercó a Welenkín con la primera gota.
-Bebe- le dijo-. Es agua que arde en la lengua.
Y los ojos negros sonrieron en los ojos dorados.
Welenkín observaba ensimismado los pies descalzos de la mujer que andaba con gracia sobre la piedra oscura.
-¡Aquí está!
La Destrenzada llegó con la segunda gota.
Bebe -dijo-. Es agua que da sed.
Y una boca sonrió sobre la otra.
Al poco rato, volvió la Destrenzada con la tercera gota.
-Y ésta es agua que desespera.
Welenkín era dorado. La Destrenzada era oscura.
Con la cuarta gota de agua la mujer hizo una promesa. Con la quinta gota de agua, hizo un pedido. Y con la sexta gota, la Destrenzada no quiso irse ni Welenkín quiso que se fuera.
Hasta el amanecer, en La-gruta-que-siempre-llueve, el instante se transformó en el único tiempo. No fue larga ni breve la noche para los amantes. La noche giró sobre sí misma, anudó las piernas. Y se dispuso para la felicidad...

(Liliana Bodoc. Los días del fuego)

2 comentarios:

Anónimo dijo...

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Anónimo dijo...

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