—¿A dónde va usted, mi amo? —gritó Sam, aunque por fin había comprendido lo que estaba sucediendo.
—A los Puertos, Sam —dijo Frodo.
—Y yo no puedo ir.
—No, Sam. No todavía, en todo caso; no más allá de los Puertos. Aunque también llegará la hora, quizá. No te entristezcas demasiado, Sam. No siempre podrás estar partido en dos. Necesitarás sentirte sano y entero, por muchos años. Tienes tantas cosas de que disfrutar, tanto que vivir y tanto que hacer.
—Pero —dijo Sam, mientras los ojos se le llenaban de lágrimas—, yo creía que también usted iba a disfrutar en la Comarca, años y años, después de todo lo que ha hecho.
—También yo lo creía, en un tiempo. Pero he sufrido heridas demasiado profundas, Sam. Intenté salvar la Comarca y la he salvado; pero no para mí. Así suele ocurrir, Sam, cuando las cosas están en peligro: alguien tiene que renunciar a ellas, perderlas, para que otros las conserven. Pero tú eres mi heredero: todo cuanto tengo y podría haber tenido te lo dejo a ti. Y además tienes a Rosa y a Elanor; y vendrán también el pequeño Frodo y la pequeña Rosa, y Merry, y Rizos de Oro, y Pippin; y acaso otros que no alcanzo a ver. Tus manos y tu cabeza serán necesarios en todas partes. Serás el alcalde, naturalmente, por tanto tiempo como quieras serlo, y el jardinero más famoso de la historia; y leerás las páginas del Libro Rojo, y perpetuarás la memoria de una edad ahora desaparecida, para que la gente recuerde siempre el Gran Peligro, y ame aún más entrañablemente el país bienamado. Y eso te mantendrá tan ocupado y tan feliz como es posible serlo, mientras continúe tu parte de la Historia.
»¡Y ahora ven, cabalga conmigo!
(...)Frodo besó entonces a Merry y a Pippin, y por último a Sam, y subió a bordo; y fueron izadas las velas, y el viento sopló, y la nave se deslizó lentamente a lo largo del estuario gris; y la luz del frasco de Galadriel que Frodo llevaba en alto centelleó y se apagó. Y la nave se internó en la Alta Mar rumbo al Oeste, hasta que por fin, en una noche de lluvia, Frodo sintió en el aire una fragancia y oyó cantos que llegaban sobre las aguas; y le pareció que, como en el sueño que había tenido en la casa de Tom Bombadil, la cortina de lluvia gris se transformaba en plata y cristal, y que el velo se abría y ante él aparecían unas playas blancas, y más allá un país lejano y verde a la luz de un rápido amanecer.
—A los Puertos, Sam —dijo Frodo.
—Y yo no puedo ir.
—No, Sam. No todavía, en todo caso; no más allá de los Puertos. Aunque también llegará la hora, quizá. No te entristezcas demasiado, Sam. No siempre podrás estar partido en dos. Necesitarás sentirte sano y entero, por muchos años. Tienes tantas cosas de que disfrutar, tanto que vivir y tanto que hacer.
—Pero —dijo Sam, mientras los ojos se le llenaban de lágrimas—, yo creía que también usted iba a disfrutar en la Comarca, años y años, después de todo lo que ha hecho.
—También yo lo creía, en un tiempo. Pero he sufrido heridas demasiado profundas, Sam. Intenté salvar la Comarca y la he salvado; pero no para mí. Así suele ocurrir, Sam, cuando las cosas están en peligro: alguien tiene que renunciar a ellas, perderlas, para que otros las conserven. Pero tú eres mi heredero: todo cuanto tengo y podría haber tenido te lo dejo a ti. Y además tienes a Rosa y a Elanor; y vendrán también el pequeño Frodo y la pequeña Rosa, y Merry, y Rizos de Oro, y Pippin; y acaso otros que no alcanzo a ver. Tus manos y tu cabeza serán necesarios en todas partes. Serás el alcalde, naturalmente, por tanto tiempo como quieras serlo, y el jardinero más famoso de la historia; y leerás las páginas del Libro Rojo, y perpetuarás la memoria de una edad ahora desaparecida, para que la gente recuerde siempre el Gran Peligro, y ame aún más entrañablemente el país bienamado. Y eso te mantendrá tan ocupado y tan feliz como es posible serlo, mientras continúe tu parte de la Historia.
»¡Y ahora ven, cabalga conmigo!
(...)Frodo besó entonces a Merry y a Pippin, y por último a Sam, y subió a bordo; y fueron izadas las velas, y el viento sopló, y la nave se deslizó lentamente a lo largo del estuario gris; y la luz del frasco de Galadriel que Frodo llevaba en alto centelleó y se apagó. Y la nave se internó en la Alta Mar rumbo al Oeste, hasta que por fin, en una noche de lluvia, Frodo sintió en el aire una fragancia y oyó cantos que llegaban sobre las aguas; y le pareció que, como en el sueño que había tenido en la casa de Tom Bombadil, la cortina de lluvia gris se transformaba en plata y cristal, y que el velo se abría y ante él aparecían unas playas blancas, y más allá un país lejano y verde a la luz de un rápido amanecer.
(J.R.R.Tolkien. El Señor de los Anillos)
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2 comentarios:
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