sábado, noviembre 25, 2006

A hard rain's a-gonna fall



Oh,where have you been,
my blue-eyed son?
Oh, where have you been, my darling young one?

I've stumbled on the side of twelve misty mountains,

I've walked and I've crawled on six crooked highways,
I've stepped in the middle of seven sad forests,
I've been out in front of a dozen dead oceans,

I've been ten thousand miles in the mouth of a graveyard,

And it's a hard, and it's a hard, it's a hard, and it's a hard,

And it's a hard rain's a-gonna fall (...)



Oh, what'll you do now, my blue-eyed son?

Oh, what'll you do now, my darling young one?

I'm a-goin' back out 'fore the rain starts a-fallin',

I'll walk to the depths of the deepest black forest,

Where the people are many and their hands are all empty,

Where the pellets of poison are flooding their waters,

Where the home in the valley meets the damp dirty prison,

Where the executioner's face is always well hidden,

Where hunger is ugly, where souls are forgotten,

Where black is the color, where none is the number,

And I'll tell it and think it and speak it and breathe it,

And reflect it from the mountain so all souls can see it,

Then I'll stand on the ocean until I start sinkin',

But I'll know my song well before I start singin',

And it's a hard, it's a hard, it's a hard, it's a hard,

It's a hard rain's a-gonna fall.


Bob Dylan

martes, octubre 10, 2006

Leer: Una cacería furtiva

Muy lejos de ser escritores, fundadores de un lugar propio,herederos de labriegos de antaño pero sobre el suelo del lenguaje, cavadores de pozos y constructores de casas, los lectores son viajeros: circulan sobre las tierras del prójimo, nómadas que cazan furtivamente a través de los campos que no han escrito, que roban los bienes de Egipto para disfrutarlos...
La lectura no está garantizada contra el deterioro del tiempo; no conserva, o conserva mal, su experiencia, y cada uno de los lugares donde pasa es repetición del paraíso perdido.

(Michel de Certeau)

lunes, agosto 28, 2006

Elogio del encuentro

A manera de conclusión, quisiera decir desde ahora que no debemos pecar de ingenuos. No vamos a arreglar los problemas del mundo facilitando el encuentro de los niños con los libros. Tampoco les garantizaremos necesariamente una trayectoria escolar más exitosa, ni es seguro que sean más virtuosos. Freud señalaba incluso que los pervertidos y los neuróticos eran grandes consumidores de libros. Y para echar por tierra otras ilusiones, añadiré que tampoco estoy convencida de que el lector sea una persona más respetuosa del otro, más democrática, aun cuando la lectura sea tal vez un factor necesario, propicio, pero insuficiente, para la democratización de una sociedad.Entonces, ¿para qué incitar a los niños a que lean? De acuerdo con lo que me han dicho los lectores de diferentes medios, la lectura es tal vez una experiencia más vital que social aun cuando su práctica desigual se deba en gran medida a determinismos sociales, y de ella puedan obtenerse beneficios sociales en diferentes niveles. Pero estos beneficios vienen por añadidura. Si desde un principio se privilegia su búsqueda, si se reduce la lectura a sus beneficios sociales, me temo que no se estará muy lejos del control, de la voluntad de dominio, del “patronazgo”. La lectura es tal vez un acto más interindividual, o transindividual, que social. Marca la conquista de un tiempo y un espacio íntimos que escapan al dominio de lo colectivo. Y si la soledad del lector frente al texto ha inquietado siempre, es precisamente porque abre las puertas a desplazamientos, a cuestionamientos, a formas de lazos sociales diferentes a aquellas en las que cerramos filas como soldados en torno a un patriarca.

Para mí es importante que los niños, y también los adultos, tengan acceso a los libros pues la lectura me parece una vía por excelencia para tener acceso al saber, pero también a la ensoñación, a lo lejano y, por tanto, al pensamiento. Matisse, cuyos viajes fertilizaron tanto la pintura, decía que “la ensoñación de un hombre que ha viajado tiene una riqueza diferente a la del que nunca ha viajado” . Yo creo que la ensoñación de un hombre, de una mujer o de un niño que han leído posee también una riqueza diferente a la de aquel o aquella que nunca lo han hecho; la ensoñación, y en consecuencia la actividad psíquica, el pensamiento, la creatividad. Las palabras adquieren otras resonancias, despiertan otras asociaciones, otras emociones, otros pensamientos.
Michèle Petit

sábado, agosto 05, 2006

Odiseo

...¿Vivió de veras Odiseo las historias maravillosas que cuenta a los deslumbrados feacios en la corte del rey Alcino? No hay manera objetiva de saberlo. Pudiera ser que sí y que su excelente memoria y su habilidad narradora simplemente enriquecieran sus credenciales de hombre de acción. Pero podría ser, también, que fuera un genial embaucador, el primero de esa interminable estirpe de fabricantes de mentiras literarias, tan bellas y seductoras que los lectores y oyentes las vuelven a veces verdades, creyendo en ellas: los fabuladores.
Hay muchos indicios, en el poema, de que Odiseo cuenta falsedades, se contradice en lo que cuenta y da versiones distintas de un mismo hecho o personaje a públicos distintos. Si eso fuera así, y Odiseo, antes que un héroe en la vida lo fuera de la imaginación, ¿se empobrecería acaso? En absoluto: simplemente la que cuenta sería una historia distinta de aquella en la que él hacía de protagonista y transcriptor; en ésta, el rey de Itaca sería el ilusionista, el creador.
La verdad es que basta asomarse a la vertiginosa bibliografía generada por la Odisea para comprender que siempre habrá argumentos suficientes para dar a ambas lecturas de su personaje central una gran fuerza persuasiva. Lo que quiere decir, entre otras cosas, que Odiseo es un personaje ambiguo, que no se deja encajonar en ninguna categoría rígida, que se escurre de toda tentativa de encasillarlo de una vez y para siempre en una personalidad unívoca.
En verdad, esa ambigüedad es lo más atractivo que tiene: estar en el mundo objetivo de la realidad y en el subjetivo de la fantasía, en la historia y en el mito, en la mentira y la verdad, es decir, en lo vivido y lo soñado a la vez.
Tal vez sea eso lo que desde hace casi tres milenios nos tiene sometidos al encantamiento de Odiseo. Pocas obras muestran y nos hacen vivir y comprender mejor, desde adentro, los poderes de la ficción para enriquecer la vida pedestre, la existencia municipal que es la de la inmensa mayoría de las gentes.
Con el soberano de Itaca, navegante esforzado o palabrero simulador, la vida mediocre en la que estamos inmersos se abre de par en par y otra la reemplaza, de proezas y mudanzas inusitadas, de color y violencia, de delicadeza y maravilla, de ternura y pasiones desatadas. Una vida que es la de las peripecias inverosímiles que protagoniza o inventa Odiseo, y que, gracias a su poder de persuasión, resultan ciertas, puesto que, al leerlas u oírlas, las vivimos con él.
El de la Odisea es un mundo de cuentos y de apetitos en libertad. Hombres y mujeres gozan comiendo, bebiendo, danzando, amándose, tanto como oyendo a los aedos o bardos contarles historias verídicas o fabulosas, ayudados con una cítara. En ese mundo no hay una frontera impermeable entre el cuerpo y el espíritu; ambos son el anverso y el reverso de lo humano y, por eso, los seres que han alcanzado a realizarse de manera más cabal, como el héroe del poema, viven sumergidos en ambos, gozan de ambos como si esos dos mundos fueran inseparables, uno solo.
Entre las muchas cosas que ha sido, hay una constante en la cultura occidental: la fascinación por los seres humanos que rompen los límites, que, en vez de acatar las servidumbres de lo posible, se empeñan, contra toda lógica, en buscar lo imposible. El Quijote es uno de los paradigmas de este heroísmo trágico, de ese ideal que, aunque la cruda realidad lo haga añicos, sigue allí, estimulándonos con su ejemplo a seguir intentando alcanzar lo inalcanzable. Tal vez alguien lo logre, alguna vez, como lo logró Odiseo en los albores de la historia. Y, en todo caso, aun cuando aquello fuera una quimera, siempre queda la estratagema del viaje a la ficción –la mentira que se vive de verdad–, donde se pueden infringir todos los límites, porque no hay límites o porque, en ella, un ser mortal y fugaz, como el rey de Itaca, puede incluso derrotar a los dioses todopoderosos...

Mario Vargas Llosa

viernes, julio 28, 2006

O Que Será (À Flor Da Pele)

O que será que me dá
Que me bole por dentro, será que me dá
Que brota à flor da pele, será que me dá
E que me sobe às faces e me faz corar
E que me salta aos olhos a me atraiçoar
E que me aperta o peito e me faz confessar
O que não tem mais jeito de dissimular
E que nem é direito ninguém recusar
E que me faz mendigo, me faz suplicar
O que não tem medida, nem nunca terá
O que não tem remédio, nem nunca terá
O que não tem receita.


O que será que será
Que dá dentro da gente e que não devia
Que desacata a gente, que é revelia
Que é feito uma aguardente que não sacia
Que é feito estar doente de uma folia
Que nem dez mandamentos vão conciliar
Nem todos os unguentos vão aliviar
Nem todos os quebrantos, toda alquimia
Que nem todos os santos, será que será
O que não tem descanso, nem nunca terá
O que não tem cansaço, nem nunca terá
O que não tem limite.


O que será que me dá
Que me queima por dentro, será que me dá
Que me perturba o sono, será que me dá
Que todos os tremores que vêm agitar
Que todos os ardores me vêm atiçar
Que todos os suores me vêm encharcar
Que todos os meus órgãos estão a clamar
E uma aflição medonha me faz implorar
O que não tem vergonha, nem nunca terá
O que não tem governo, nem nunca terá
O que não tem juízo.


Chico Buarque

martes, mayo 23, 2006

La muñeca de Kafka

... A fines de octubre de 2004 empecé a leer The Brooklyn Follies, la última novela de Paul Auster, en una de esas ediciones que se adelantan a los críticos. Tenía el propósito de que Auster la explicara a mis alumnos de la Universidad de Rutgers, donde sus devotos se cuentan por millares.
Todo en The Brooklyn Follies me resultaba familiar. La librería de viejo donde trabaja Tom Wood, el sobrino del protagonista, era curiosamente parecida a una que está dos cuadras al oeste de la casa del autor. La compañía de taxis 3 D y el restaurante Cosmic Diner, que frecuentan el tío y el sobrino, parecen posar para la fotografía de la portada, que en la edición original está armada con personajes reales.
La escena más bella de la novela entera había sido inventada, sin embargo, de cabo a rabo. O eso fue, al menos, lo que pensé cuando la leí por primera vez. Auster sitúa esa escena hacia la mitad del libro, en un capítulo que se llama Yendo hacia el norte. El tío Nathan y el sobrino Tom discurren sobre Kafka, del que ambos conocen una docena de relatos. Tom trata de demostrar que no sólo era un gran escritor, sino también un ser humano extraordinario, capaz de lograr, con un acto de generosidad inesperada, cambiar la vida de una persona.
“¿Alguna vez has oído la historia de la muñeca?”, pregunta Tom. No, el tío Nathan no la recuerda. Sucedió durante el último año de la vida de Kafka, cuando convivió en Berlín con Dora Diamant, una joven que acababa de abandonar en Polonia a su familia jasídica. Fueron meses felices. Kafka, que siempre había sentido horror ante toda forma de compromiso sentimental, esta vez se entrega sin reservas. Todas las tardes sale a pasear con Dora por un parque cerca de la casa. Un día, tropieza con una chiquita que llora sin consuelo. Kafka le pregunta qué le pasa, y la niña le responde que ha perdido su muñeca. Para consolarla, inventa entonces una historia. Le dice que la muñeca se ha ido de viaje. “¿Cómo lo sabes?”, pregunta la niña. “Porque me ha escrito una carta”, responde Kafka. “¿La tienes ahí?”, quiere saber. “No, lo siento”, responde Kafka. “La he dejado en casa, pero mañana voy a traerla conmigo.”
Esa misma tarde, Kafka se pone a escribir la carta de la muñeca. Pone en la tarea tanta seriedad y dedicación como en su propia obra. Quiere sustituir el objeto perdido por una realidad que, de acuerdo con las leyes de la ficción, sea tan persuasiva como verdadera. Al día siguiente, le lee a la chiquilla la carta ficticia, en voz alta. La muñeca lo lamenta, pero se ha cansado de vivir con la misma gente todo el tiempo. Quiere a la niña, pero necesita –le dice– un cambio de ambiente, ver el mundo, tener amigos nuevos. Después de esa primera entrega, Kafka asume el compromiso de escribir las cartas imaginarias durante tres semanas, hasta que encuentra un final apropiado: la muñeca va a casarse, se despide, es feliz. La historia es conmovedora. Uno de los escritores más grandes de todos los tiempos emplea su precioso tiempo –parte del poco que aún le queda– en consolar a una niña a la que ha encontrado por azar en un parque de Berlín.
La historia me pareció demasiado bella para ser real, y durante las semanas previas a la visita de Auster a Rutgers investigué con especial cuidado si alguien la había contado antes. Me interesaba que Auster les explicara a los estudiantes cómo la había construido, de qué modo había ido tejiendo su ficción con hilos de realidad. Leí todos los diarios y apuntes de Kafka, incluidos los últimos, de junio de 1923. No había la menor señal de la historia de la muñeca. Si Kafka, cuya correspondencia es tan copiosa, no hubiera vivido en esos meses con Dora Diamant, quizá le habría contado el encuentro con la niña.
El único indicio que descubrí fue una referencia breve al episodio, no más de una línea, en la biografía que Ronald Hayman publicó en 1981. No se me ocurrió entonces que quizás hubiera también algunos detalles en el libro de memorias de Kathi Diamant, la hija de Dora, de modo que cuando Auster fue a Rutgers y me tocó coordinar su diálogo con los estudiantes, yo estaba más bien a ciegas. Casi todas las preguntas que le hicieron, al principio, estaban orientadas a entender el borde entre realidad y ficción: ¿existía un restaurante llamado Cosmic Diner o una librería de segunda mano como la que se describía en la novela? ¿Nathan Glass y Tom Wood estaban parcialmente copiados de la realidad? Las respuestas eran no, no y no. El único personaje al que Auster admitía haber conocido –si bien de lejos, como en una fulguración que más bien parecía un espejismo– era la mujer que en la novela se llama la Hermosa Madre Perfecta. Nada más, salvo la atmósfera de Brooklyn, la melancolía y la felicidad de sus calles.
Entonces le lancé a Auster la pregunta que tenía preparada: ¿cómo se le había ocurrido la escena de la muñeca? ¿Y por qué Kafka? “Porque realmente le sucedió eso a Kafka –me desarmó–. Yo no lo inventé. Hubo tres semanas de cartas de la muñeca. Cartas verdaderas, que lamentablemente no han sobrevivido.” Una estudiante comentó que, en verdad, la historia parecía demasiado buena para ser real, y que quizá fuera mejor pensar en ella como en algo que sucedía sólo dentro de The Brooklyn Follies. Auster preguntó entonces qué opinaba yo. Dije que estaba perplejo. Los seres humanos nunca sabemos si la realidad es una inmensa novela, o si no hay otra novela que la lisa y llana realidad.

Tomás Eloy Martínez

Ahora que


Ahora que se atropellan las semanas,
fugaces como estrellas de Bagdad,
ahora que, casi siempre, tengo ganas
de trepar a tu ventana
y quitarme el antifaz.

(Joaquín Sabina)

martes, abril 25, 2006

Canción del jardinero

Mírenme, soy feliz,
entre las hojas que cantan
cuando atraviesa el jardín
el viento en monopatín.

Cuando voy a dormir
cierro los ojos y sueño
con el olor de un país
florecido para mí.

Yo no soy un bailarín
porque me gusta quedarme
quieto en la tierra y sentir
que mis pies tiene raíz...



Yo no soy un gran señor,
pero en mi cielo de tierra
cuido el tesoro mejor:
mucho, mucho, mucho amor.

(María Elena Walsh)

sábado, abril 22, 2006

Barrio de tango

Un pedazo de barrio, allá en Pompeya,
durmiéndose al costado del terraplén;
un farol balanceando en la barrera
y el misterio de adiós que siembra el tren...
Un ladrido de perros a la luna,
el amor escondido en un portón
y los sapos redoblando en la laguna
y a lo lejos, la voz del bandoneón...

Barrio de tango, luna y misterio;
calles lejanas, ¿dónde andarán?
Viejos amigos que hoy ni recuerdo,
¿qué se habrán hecho, dónde estarán?
Barrio de tango, ¿qué fue de aquella
Juana, la rubia que tanto amé?
¿Sabrá que sufro pensando ella
desde la tarde que la dejé?
¡Barrio de tango,luna y misterio,
desde el recuerdo te vuelvo a ver!

Un coro de silbidos, allá en la esquina,

y el codillo llenando el almacén;
y el dolor de la pálida vecina
que nunca salió a mirar el tren...
Así evoco tus noches, barrio de tango,
con las chatas entrando al corralón,
y la luna chapaleando sobre el fango
y a lo lejos, la voz del bandoneón...

(Homero Manzi)

martes, abril 04, 2006

inefable.

( Del lat. ineffabĭlis, indecible).

1. adj. Que no se puede explicar con palabras.



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miércoles, marzo 29, 2006

Eclipse

All that you touch,
all that you see,
all that you taste,
all you feel.

All that you love,
all that you hate,
all you distrust,
all you save.

All that you give,
all that you deal,
all that you buy,
beg, borrow or steal.

All you create,
all you destroy,
all that you do,
all that you say.

All that you eat,
everyone you meet,
all that you slight,
everyone you fight.

All that is now,
all that is gone,
all that's to come,
and everything under the sun is in tune
but the sun is eclipsed by the moon.

(Roger Waters)

sábado, marzo 25, 2006

Inconsciente colectivo


Ayer soñé con los hambrientos, los locos,
los que se fueron, los que están en prisión.
Hoy desperté cantando esta canción
que ya fue escrita hace tiempo atrás.
Y es necesario cantar de nuevo,
una vez más...

(Charly García)

viernes, marzo 24, 2006

Nunca más

La censura de prensa, la persecución a intelectuales, el allanamiento de mi casa en el Tigre, el asesinato de amigos queridos y la pérdida de una hija que murió combatiéndolos, son algunos de los hechos que me obligan a esta forma de expresión clandestina después de haber opinado libremente como escritor y periodista durante casi treinta años.
El primer aniversario de esta Junta Militar ha motivado un balance de la acción de gobierno en documentos y discursos oficiales, donde lo que ustedes llaman aciertos son errores, los que reconocen como errores son crímenes y lo que omiten son calamidades.(...)




Quince mil desaparecidos, diez mil presos, cuatro mil muertos, decenas de miles de desterrados son la cifra desnuda de ese terror. (...)


Estos hechos, que sacuden la conciencia del mundo civilizado, no son sin embargo los que mayores sufrimientos han traído al pueblo argentino ni las peores violaciones de los derechos humanos en que ustedes incurren. En la política económica de ese gobierno debe buscarse no sólo la explicación de sus crímenes sino una atrocidad mayor que castiga a millones de seres humanos con la miseria planificada.(...)


Estas son las reflexiones que en el primer aniversario de su infausto gobierno he querido hacer llegar a los miembros de esa Junta, sin esperanza de ser escuchado, con la certeza de ser perseguido, pero fiel al compromiso que asumí hace mucho tiempo de dar testimonio en momentos difíciles.

Rodolfo Walsh. - C.I. 2845022 Buenos Aires, 24 de marzo de 1977.

viernes, marzo 17, 2006

Monigote en la arena


La arena estaba tibia y jugaba a cambiar de colores cuando la soplaba el viento. Laurita apoyó la cara sobre un montoncito y le dijo:
—Por ser tan linda y amarilla te voy a dejar un regalo —y con la punta del dedo dibujó un monigote de seda y se fue.
Monigote quedó solo, muy sorprendido. Oyó como cantaban el agua y el viento. Vio las nubes acomodándose una al lado de la otra para formar cuadros pintados. Vio las mariposas azules que cerraban las alas y se ponían a dormir sobre los caracoles.
—Hola —dijo monigote, y su voz sonó como una castañuela de arena.
El agua lo oyó y se puso a mirarlo encantada.
—Glubi glubi, monigote en la arena es cosa que dura poco —dijo preocupada y dio dos pasos hacia atrás para no mojarlo—. ¡Qué monigote más lindo, tenemos que cuidarte!
—¿Qué? ¿Es que puede pasarme algo malo? —preguntó monigote tirándose de los botones como hacía cuando se ponía nervioso.
—Glubi glubi, monigote en la arena es cosa que dura poco —repitió el agua, y se fue a a avisar a las nubes que había un nuevo amigo pero que se podía borrar.
—Flu flu —cantaron las nubes—, monigote en la arena es cosa que dura poco. Vamos a preguntar a las hojas voladoras cómo podemos cuidarlo.
Monigote seguía tirándose los botones y estaba tan preocupado que ni siquiera probó los caramelitos de flor de durazno que le ofrecieron las hormigas.
—Crucri crucri —cantaron las hojas voladoras—. Monigote en la arena es cosa que dura poco. ¿Qué podemos hacer para que no se borre?
El agua tendió lejos su cama de burbujas para no mojarlo. Las nubes se fueron hasta la esquina para no rozarlo. Las hojas no hicieron ronda. La lluvia no llovió. Las hormigas hicieron otros caminos.
Monigote se sintió solo solo solo.
—No puede ser —decía con su vocecita de castañuela de arena—, todos me quieren pero porque me quieren se van. Así no me gusta.
Hizo "cla cla cla" para llamar a las hojas voladoras.
—No quiero estar solo —les dijo—, no puedo vivir lejos de los demás, con tanto miedo. Soy un monigote de arena. Juguemos, y si me borro, por lo menos me borraré jugando.
—Crucri crucri —dijeron las hojas voladoras sin saber qué hacer.
Pero en eso llegó el viento y armó un remolino.
—¿Un monigote de arena? —silbó con alegría—. Monigote en la arena es cosa que dura poco. Tenemos que hacerlo jugar.
"Cla cla cla", hizo monigote porque el remolino era como una calesita.
Las hojas voladoras se colgaron del viento para dar vueltas.
El agua se acercó tocando su piano de burbujas.
Las nubes bajaron un poquito, enhebradas en rayos de sol.
Monigote jugó y jugó en medio de la ronda dorada, y rió hasta el cielo con su voz de castañuela.
Y mientras se borraba siguió riendo, hasta que toda la arena fue una risa que juega a cambiar de colores cuando la sopla el viento.


Laura Devetach

jueves, febrero 09, 2006

sábado, febrero 04, 2006

Al otro lado del río

Clavo mi remo en el agua,
llevo tu remo en el mío,
creo que he visto una luz
al otro lado del río.

El día le irá pudiendo
poco a poco al frío.
Creo que he visto una luz
al otro lado del río.

Sobre todo creo
que
no todo está perdido.
Tanta lágrima, tanta lágrima,
y yo soy un vaso vacío.
Oigo una voz que me llama
casi un suspiro.

Rema, rema, rema...
Rema, rema, rema...

En esta orilla del mundo
lo que no es presa es baldío.
Creo que he visto una luz
al otro lado del río.

Yo muy serio voy remando,
muy adentro sonrío.
Creo que he visto una luz
al otro lado del río

Sobre todo creo que
no todo está perdido.
Tanta lágrima, tanta lágrima,
y yo soy un vaso vacío.
Oigo una voz que me llama
casi un suspiro.

Rema, rema, rema...
Rema, rema, rema...

Clavo mi remo en el agua,
Llevo tu remo en el mí.
Creo que he visto una luz
al otro lado del río.


(Jorge Drexler)

miércoles, enero 18, 2006

La Ñ también es gente


La culpa es de los gnomos que nunca quisieron ser ñomos. Culpa tienen la nieve, la niebla, los nietos, los atenienses, el unicornio. Todos evasores de la eñe. ¡Señoras, señores, compañeros, amados niños! ¡No nos dejemos arrebatar la eñe! Ya nos han birlado los signos de apertura de interrogación y admiración. Ya nos redujeron hasta la apócope. Ya nos han traducido el pochoclo. Y como éramos pocos, la abuelita informática ha parido un monstruoso # en lugar de la eñe con su gracioso peluquín, el ~. ¿Quieren decirme qué haremos con nuestros sueños? ¿Entre la fauna en peligro de extinción figuran los ñandúes y los ñacurutuces? ¿En los pagos de Añatuya cómo cantarán añoranzas? ¿A qué pobre barrigón fajaremos al ñudo? ¿Qué será del Año Nuevo, el tiempo de ñaupa, aquel tapado de armiño y la ñata contra el vidrio? ¿Y cómo graficaremos la más dulce consonante de la lengua guaraní? "La ortografía también es gente", escribió Fernando Pessoa. Y, como la gente, sufre variadas discriminaciones. Hay signos y signos, unos blancos, altos y de ojos azules, como la W o la K. Otros, pobres morochos de Hispanoamérica, como la letrita segunda, la eñe, jamás considerada por los monóculos británicos, que está en peligro de pasar al bando de los desocupados después de rendir tantos servicios y no ser precisamente una letra ñoqui. A barrerla, a borrarla, a sustituirla, dicen los perezosos manipuladores de las maquinitas, sólo porque la ñ da un poco de trabajo. Pereza ideológica, hubiéramos dicho en la década del setenta. Una letra española es un defecto más de los hispanos, esa raza impura formateada y escaneada también por pereza y comodidad. Nada de hondureños, salvadoreños, caribeños, panameños. ¡Impronunciables nativos! Sigamos siendo dueños de algo que nos pertenece, esa letra con caperuza, algo muy pequeño, pero menos ñoño de lo que parece. Algo importante, algo gente, algo alma y lengua, algo no descartable, algo propio y compartido porque así nos canta. No faltará quien ofrezca soluciones absurdas: escribir con nuestro inolvidable César Bruto, compinche del maestro Oski. Ninios, suenios, otonio. Fantasía inexplicable que ya fue y preferimos no reanudar, salvo que la Madre Patria retroceda y vuelva a llamarse Hispania. La supervivencia de esta letra nos atañe, sin distinción de sexos, credos ni programas de software. Luchemos para no añadir más leña a la hoguera dónde se debate nuestro discriminado signo.Letra es sinónimo de carácter. ¡Avisémoslo al mundo entero por Internet! La eñe también es gente.

(María Elena Walsh)