A manera de conclusión, quisiera decir desde ahora que no debemos pecar de ingenuos. No vamos a arreglar los problemas del mundo facilitando el encuentro de los niños con los libros. Tampoco les garantizaremos necesariamente una trayectoria escolar más exitosa, ni es seguro que sean más virtuosos. Freud señalaba incluso que los pervertidos y los neuróticos eran grandes consumidores de libros. Y para echar por tierra otras ilusiones, añadiré que tampoco estoy convencida de que el lector sea una persona más respetuosa del otro, más democrática, aun cuando la lectura sea tal vez un factor necesario, propicio, pero insuficiente, para la democratización de una sociedad.Entonces, ¿para qué incitar a los niños a que lean? De acuerdo con lo que me han dicho los lectores de diferentes medios, la lectura es tal vez una experiencia más vital que social aun cuando su práctica desigual se deba en gran medida a determinismos sociales, y de ella puedan obtenerse beneficios sociales en diferentes niveles. Pero estos beneficios vienen por añadidura. Si desde un principio se privilegia su búsqueda, si se reduce la lectura a sus beneficios sociales, me temo que no se estará muy lejos del control, de la voluntad de dominio, del “patronazgo”. La lectura es tal vez un acto más interindividual, o transindividual, que social. Marca la conquista de un tiempo y un espacio íntimos que escapan al dominio de lo colectivo. Y si la soledad del lector frente al texto ha inquietado siempre, es precisamente porque abre las puertas a desplazamientos, a cuestionamientos, a formas de lazos sociales diferentes a aquellas en las que cerramos filas como soldados en torno a un patriarca.
Para mí es importante que los niños, y también los adultos, tengan acceso a los libros pues la lectura me parece una vía por excelencia para tener acceso al saber, pero también a la ensoñación, a lo lejano y, por tanto, al pensamiento. Matisse, cuyos viajes fertilizaron tanto la pintura, decía que “la ensoñación de un hombre que ha viajado tiene una riqueza diferente a la del que nunca ha viajado” . Yo creo que la ensoñación de un hombre, de una mujer o de un niño que han leído posee también una riqueza diferente a la de aquel o aquella que nunca lo han hecho; la ensoñación, y en consecuencia la actividad psíquica, el pensamiento, la creatividad. Las palabras adquieren otras resonancias, despiertan otras asociaciones, otras emociones, otros pensamientos.
Michèle Petit
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